lunes, 18 de enero de 2010

EL CARRANGUERO DE OZ


CONJURO

Espíritu del mámbe, mancha de plátano, germen de trigo, elementales de la tierra y acostumbrados consortes de la pequeña peinillada, del garrote, del súbito alarido de VIVA quien dice…

Convocados para este viaje, encontrados todos en la esquina sur de la mejor tarde de los últimos tiempos, todos movidos por el mismo deseo, llegar donde el gran sabedor de cuentos, donde el mítico tejedor de peroratas, para aprender de él el sendero por donde partir al encuentro de la fuente primigenia, de la raíz de los dulces bálsamos que abrirán los caminos de la percepción y darán sabiduría por de más a estos fieles seguidores, anónimos cultivadores de ensueños y paisajes.

Encontrados todos en el camino, de fondo como si fuera la banda sonora del último delirio de un enruanado que sospecha su tormento, suena una voz chillona, dicen los que de lenguas saben que son músicas de mundo, olodum, simón el bobito, Jackson y un lenguaraz de fauces postrimeras (raigones llaman en mi tierra) resuenan en un viejo radio transistor de marca difusa a la distancia desde la cual el narrador se ubica.

Apasionan las palabras que dan forma al cuento, la tierrita con las erres arrastradas no huele a capote; esa mezclilla de hojas muertas con patas de conejo, hormigas arrieras, olor a podredumbre, olor que alimenta la vida, hojas muertas, ramas muertas, arcoíris agonizantes, salmodias aprehendidas, chicha, aguardiente y desazón.

Entonces es la primavera y abril descubre las putas como flores prisioneras que en las mañanas despiden a sus maridos, Oz despierta y las diarios ni la mencionan, su hijo mas prolífico lee la prensa y no sabe que llegó la primavera, Oz despierta con desgano, está sola, las drogas no hacen mucho daño al barro, pero los inocentes llegan sin saber leer y los desahuciados se encuentran para bailar la última rumbita que les corresponde.

La primavera es tan solo en los almacenes de artesanos y las rutinas están más solas que una noticia de primavera en un país de analfabetos.

El ejecutivo se volvió asesino de indigentes de la canción, no hay quien compre, mejor te mueres, deja de soñar que tus palabras no venden, esto es otoño, que te crees, esto a nadie interesa, Oz no merece mas que el estrés que me llena la ciudad donde disparo a discreción canciones que solo hablan de discos vendidos y los otros con sus respetivas dudas yendo a su rutina.

Un joven vestido de negro camina la noche, fumando nubes y otros consorcios, amén de su postura promete mejor trato que un labriego enredado en surcos de tiple y dentelladas de papá, quién sabe que madre nuestra comprenderá sus rezagos del corazón, ponte el sombrero que el mago asentirá complacido, algo de jugoso en su bobería almacenará libaciones de futuros promisorios.

Así amanece cada mañana en la pequeña villa, transeúntes inmóviles y pensamientos veloces, pero donde mires es como mirar un dibujo, nada es real pese al gran esfuerzo que hacen las personas, las casas y los objetos para que los tomen por ciertos.

Rumbo a ella en busca del gran Mago que les devolverá el color a sus pretendidos sueños viajan estos jacarandosos “pelegrinos” esperanzados, confiados y convencidos que al final del camino sus respectivas vidas cambiaran.

JUANITA LA HIJA DEL CANELERO

Ella perdió las palabras por eso en vez de lenguaje hablado se hace entender con aromas, según situación o entelequia libera a través de la mirada (y en otras por sus poros) un cálido aroma de yerbabuenas o malvas, dicen que cuando se entrega todo su cuerpo se estremece y en agónico delirio se quiebra como astillas de canela impregnándolo todo de aquel aroma heredado del oficio de su padre.

Juanita está cansada, quiere dar cuenta al mundo a través de las palabras, pero no sabe los sonidos que les dan origen, no sabe conjugar el verbo, solo sabe aromar, por eso emprende camino en busca del gran Mago que le otorgará el don de la palabra y así podrá contar de sus perfumes y efluvios en cantilenas y romances.

MOISÉS EL NARANJERO

Desde que nació no ha patiboliao un merengue, se le chuecan las canillas desde que dio el primer paso en el corredor de anturios de su casa materna, su primer paso fue su único paso, ya que de ahí en adelante se la ha pasado trastabillando por la vida, por eso su mejor oficio lo hace sentado en la plaza al lado de los bultos de naranja que le llegan del campo en el que nunca a puesto un pie.

Alberga la esperanza de conocer a un personaje encantado del que le han contado increíbles historias, como esa de que endereza con el baile los senderos más torcidos y vuelve a los raíles los movimientos más desperdigados de las personas del pueblo.

Los ojos le brillan a Moisés cuando piensa que solo con tocar la ruana o el sombrero de aquel mítico ser bastará para sanarse y en la próxima fiesta salir al baile con la confianza de que la muchacha que lo trasnocha no lo mire con desprecio.

Un día emprende el tortuoso camino dando difíciles pero alegres y convencidos pasos que le acerquen a su sanador, que le alejen de su quietud.

NUBIA LA INDÓCIL

No sabe mirar, lo que ve no lo entiende y cuando habla no se hace comprender, usted “ni oye ni ve ni entiende” le dicen desde que era una niña, por eso ha de ser que ha pasado por todas las vicisitudes en sus escasos diecisiete años.

Esta mañana despertó sentada en el rio masticando un tulipán y en su mochila piedras envueltas en hojas de cuaderno con poemas suyos.

Dice que escribe versitos para acordarse de las cosas que quiere, pero cuando los lee no coinciden con su busqueda, Nubia camina descalza y siempre lleva puesto un vestido de flores; ella dice que el mundo ondea en el borde de su ruedo pero los demás no la entienden y de paso ella tampoco a ellos.

Quiere ser cantante, pero su voz se le atraganta, tiene muchas historias que quiere volver canción pero no sabe como.

Un pescador le cuenta que del otro lado del rio vive un hombre que le puede enseñar, ella sin dudarlo sale en su búsqueda convencida de que por fin entiende el rumbo que su vida ha de tomar.

BROCARDO EL DE LUENGAS BARBAS

El no tiene muy claro por que salió camino de Oz, no quiere ser buen parloteador, ni aprender a bailar, ni saber las mañas del canto popular, ni tiene necesidades que un mago le pueda satisfacer, sabe que tiene poco, pero también sabe que es justo lo que necesita, hace diez años no se afeita la barba, siempre lleva puesto un sombrero y cuando se ríe sus dientes brillan como estrellas, sus manos son gruesas y a pesar de ello saben de caricias y otras molduras.

Brocardo amaneció con animo de caminar y su humor le sugirió la ruta que lleva entre silbidos y mordiscos de espartillo, va contento contemplando el paisaje que se abre a su alrededor, camina sin afán como quien no quiere la cosa, pero decidido en sus pasos.

ENCUENTRO

Por un senderito pintado de amarillo que nace grande y se va haciendo pequeño en la distancia, se encuentran cuatro coloridos viajeros, van hasta el fondo del paisaje y se saludan, los hombres levantan su sombrero y enseñan la cabeza en un ademán que la mas joven no entiende pero le simpatiza, se cruzan palabras, se indagan, se huelen, se sostienen, se consuelan y los tres menesterosos deciden acompañarse y el hombre de mas edad que no tenia velas en ese entierro se les pega, pues al fin y al cabo solo salió a darle un airecito a su costumbre de andariego.

Al dar la vuelta al paraje del encuentro entraron a Oz y empieza su decepción: sobredosis, muecas aterradoras, ya no hay niñas de trencitas encantadoras cantando por prados coloridos con vaquitas blancas y negras de fondo, no hay siembras a la vista y de las pocas el fruto ya no le pertenece a su gente, es cuestión de otros.

Caminan hasta el lugar donde vive el gran Mago, una aterradora voz les recrimina su visita, por sus ojos hecha candela, sus voz descortés aúlla en el recinto, no escucha las peticiones, no quiere ser importunado, no hagan caso al hombre tras las cortinas, déjenme solo, tráiganme cinco guardias de pronto unas manos sudorosas me quieren dar un abrazo y no saben el horror que eso me provoca.

Los visitantes salen desesperanzados dejando atrás una perorata de viejo gruñón que se va haciendo cada vez mas débil: “no le hagan caso a estos bochornos, ahora canto mientras los músicos toman aguardiente y se van difuminando en escena, no es que estén borrachos solo es que humedecen un poco mis canciones áridas y artificiosas”.

Su viaje fue inútil, sus sentimientos devastados, caminaban en silencio se encontraron con el hombre de barbas que las había esperado sentado en una piedra del camino, le contaron de su desencuentro, de su tristeza, ahora deberían regresar cada uno igual como habían salido, se habían quedado con los crespos hechos.

FINITO

Brocardo sonrió y les dijo que lo que buscaban no estaba en poder de un hombre, que esas cosas hacían parte de todos y del todo, que buscaran en sus raíces y su identidad y tal vez encontrarían las respuestas, por lo pronto podría ayudarlos con su propia magia y así a cada uno le entrego el secreto para curar los males que aquejaban su existencia y como el narrador esta vez estaba mas cerca de los personajes se permite dar los detalles.

A juanita le conjura: “para el que no sabe trocar palabras, receta mejor es un pinche matado con cauchera y asado en fogón de reverbero, saca las palabras dichas y las por decir”.

A moisés le revela el secreto de la clara de huevo, untada en las rodillas endereza al mas zangarreto y ni que decir del patejota que ni jota de pasos puede dar, es el huevo un beneficio grande en el hogar.

A Nubia le receta la rila de gallina, como untura en el pescuezo ayuda para las paperas y si la rila es de gallo aligera y afina la voz, si el mal es de orzuelos huevo recién puesto caliente aún, eso sí permite ver más allá del porvenir

Así todos regresan felices y completos dejando atrás el disparate cultural de mitificar a mortales y mirando ahora con más empeño lo que pasa en sus vidas, escuchando y aprendiendo, haciendo y dejando hacer.

¿Para que más cuento?

Brocardo sigue por ahí sin ínfulas de mago llevando la magia en sus palabras y en los simples y sencillos culebreos de lo cotidiano.

Medellín, 16 de septiembre de 2009

Carlos Andrés Restrepo E.